Aprendí la palabra bollard en Cambridge, porque a Juan y Paula les hacía gracia lo de Mind the rising bollard.
Si conduces coche, hay bastantes probabilidades de que te hayas topado con uno de esos palos antiaparcamientoaceril que adornan nuestras ciudades. Sirven, como su propio nombre indica, para que no aparques en la acera y así se pueda pasar, por ejemplo, en silla de ruedas.
Nunca llevo cámara cuando paso por una esquina que me encanta, en una calle de Toledo: hay una rampa para acceder a un portal con carrito o silla de ruedas que ocupa la mitad de la acera. En la otra mitad, muy estrecha, han colocado un bolardo para que los coches no se suban; ahora no aparcan encima, pero tampoco cabe una silla de ruedas.
El centro de Madrid está lleno, sobre todo si vas mirando a las musarañas o escribiendo un sms, y si no que se lo digan a mis espinillas. Todo esto viene a cuento de que el otro día en París me llamó la atención la altura de semejante pieza de arquitectura pop urbana:
Por desgracia en la foto no hay otros objetos como referencia de tamaño, pero digamos que miden 1.20m de alto. Me gustan: enseguida me di cuenta de que el bolardero había pensado en el peatón, pero también en el conductor que mira por el retrovisor para aparcar y en ese otro peatón que no sólo anda, que también escribe mensajes, se da la vuelta a mirar el culo de la que acaba de pasar o busca suelto para el bus.
Buscando la foto (gracias, My Left Ventricle) me he tropezado con este mural: Bolardos en Flickr. Ay, la internet.